Agresividad

Un problema de educación

En un gran porcentaje de los casos, es debido a una falta de adiestramiento y socialización cuando nuestras mascotas son cachorros, y están en edad de conocer su entorno y establecer sus pautas de conducta que mantendrán el resto de su vida.

La agresividad es uno de los motivos más frecuentes de consulta sobre el comportamiento por los riesgos que supone para el propietario u otras personas. La prensa ha expuesto un punto de vista sensacionalista en muchas ocasiones, obviando la raíz del problema. En un gran porcentaje de los casos, es debido a una falta de adiestramiento y socialización cuando nuestras mascotas son cachorros, y están en edad de conocer su entorno y establecer sus pautas de conducta que mantendrán el resto de su vida. Hay que establecer unos principios claros de convivencia con nuestra mascota, que definan la jerarquía del grupo donde viven, situándola en el escalón que le corresponde (por debajo de todos los miembros de la familia). Esto es especialmente importante si hablamos de animales de gran tamaño, y están en contacto con niños, ya que las consecuencias potenciales son más graves. La clave, es la educación que les demos, y mantener siempre unas reglas. Pero también existen otras causas de diferente naturaleza, no tan comunes, y que pueden confundir al propietario.

Hay que diferenciar los diferentes tipos de agresividad:

- por dominancia: el perro se cree superior en la jerarquía a una persona o a otro perro. Como individuo de más rango, “exigirá” algunos privilegios, según la situación, y responderá acorde con lo que él considera correcto, manifestando agresividad si es necesario. Según el grado, puede ser más o menos acentuado. Por ejemplo, al entrar en conflicto por un recurso (alimento, atención, juguetes, espacio, etc.), reaccionará de forma agresiva para ser el primero, o el que más recibe dicho recurso, sin permitir que nadie que considera inferior se interponga en sus objetivos.

- territorial: la mascota defiende lo que considera su territorio, sobretodo frente a individuos desconocidos. Este tipo de agresividad no es muy frecuente.

- por miedo: el animal se siente amenazado por algún motivo, y en caso de no poder huir, se defiende.

- redirigida: en caso de no poder canalizar la agresividad hacia donde quiere, por cualquier impedimento, la redirige hacia lo que haya a su alrededor. Por ejemplo, cuando alguien intenta separar dos perros que se pelean, puede ser atacado por este motivo.

- intrasexual: tiene su origen en el comportamiento sexual de los perros, y se refiere a la agresividad entre individuos del mismo sexo.

- maternal: en defensa de cachorros recién nacidos, o en el caso de la pseudogestación (falsa gestación), en defensa de aquellos objetos que considera sus cachorros.

En cualquier caso es necesario concertar una visita con el veterinario, ya que hay que seguir un protocolo concreto para diagnosticar el problema. Pese a lo que podamos leer o nos puedan decir, hay muchos detalles que se nos escapan, y podemos tomar riesgos innecesarios si actuamos por nuestra cuenta sin pedir consejo a un profesional.

El veterinario realizará unas preguntas concretas para estableces los motivos y las situaciones exactas donde se registran los episodios de agresividad. Tenemos que ser precisos y honestos en nuestras respuestas, para facilitar el proceso. También es bueno fijarnos en la postura que adopta el animal, y qué estamos haciendo nosotros en ese momento.. Después de las preguntas, hay que descartar cualquier tipo de enfermedad orgánica que pueda desencadenar un problema de agresividad (por ejemplo, a causa de una patología que produce dolor), mediante un examen físico y diferentes tipos de análisis.

El facultativo valorará las diferentes posibilidades terapéuticas (según unas variables: el animal, la situación del propietario, el tipo de agresividad, el tiempo que lleva instaurada, etc.), pero el tratamiento dependerá de la implicación del propietario en la re-educación, para cambiar las pautas de comportamiento. Esto requiere tiempo y paciencia, y un control exhaustivo de la evolución, a menudo ayudados de medicación. Así pues, tendremos que cambiar nuestra manera de interaccionar con nuestra mascota, evitando cualquier confusión. En cierto sentido, tenemos que aprender a convivir con nuestra mascota bajo unas nuevas reglas que también nos afectan a nosotros.

Si sospechamos que nuestro animal puede ser agresivo, o está desarrollando un comportamiento extraño, hay que pedir ayuda profesional. Hay que evitar el enfrentamiento con nuestra mascota, y seguir los pasos que nos diga nuestro veterinario. Sobretodo, si se encuentra en un entorno con niños pequeños o personas que no interpretan bien las señales y reacciones de los animales.

Ramon Gayo
Veterinario

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